El ritmo implacable de los ajustes en los precios de los combustibles vuelve a golpear la economía doméstica. Tras un incremento del 3,5% a principios de mes, la petrolera YPF aplicó una nueva suba del 2,5% en sus surtidores, acumulando un 6% de aumento en lo que va de julio.
Esta constante escalada, justificada por la compañía como una respuesta al seguimiento de las variables que impactan en los costos de producción (especialmente el precio del crudo), se traduce directamente en un mayor desafío para el presupuesto de miles de hogares argentinos.
El año 2025 comenzó con una señal clara de la tendencia ascendente. El primer aumento se registró el 3 de enero, marcando el inicio de un ciclo que no dio tregua. Para poner en perspectiva el impacto, basta con recordar los precios de referencia de principios de año: la nafta súper costaba $1.108, la premium $1.370 y el gasoil común $1.123.
A la fecha, estos valores se vieron superados considerablemente, obligando a los consumidores a reacomodar sus gastos en un contexto de inflación persistente.
Si bien la petrolera implementó recientemente un novedoso sistema de precios diferenciados por franjas horarias y modalidades de carga, que permite un ahorro de hasta el 6% durante la madrugada (0 a 6 AM), esta medida paliativa aún no representa una solución masiva. Por el momento, este esquema solo está disponible en cinco de las más de 1.600 estaciones de servicio de YPF a nivel nacional, limitando su alcance y el beneficio potencial para la mayoría de los conductores.
Además, es crucial señalar que provincias como Jujuy, Buenos Aires y La Pampa quedan excluidas de esta opción. La legislación local que prohíbe el autodespacho de combustible impide la aplicación de este sistema, dejando a los habitantes de estas regiones sin la posibilidad de acceder a precios más competitivos, incluso en horarios de menor demanda.
La sucesión de aumentos en los combustibles genera un efecto dominó en la cadena de costos. Desde el transporte de mercaderías hasta el uso particular de vehículos para ir al trabajo o llevar a los hijos a la escuela, cada litro adicional impacta directamente en el bolsillo de las familias.
La necesidad de movilizarse choca de frente con la realidad de un combustible cada vez más caro, obligando a muchos a revisar sus hábitos de consumo o a recortar en otras áreas esenciales para llegar a fin de mes.