A pesar de que el gobierno de Javier Milei insista en negar su impacto, las recientes remarcaciones de precios provocadas por el salto del dólar a principios de agosto generaron un fuerte golpe en el consumo de los argentinos.
Los datos privados son contundentes: en junio de 2025, el consumo masivo retrocedió un 0,8% interanual.
Además, la contracción del consumo no es un fenómeno reciente, pero se profundizó en los últimos meses. En 2024, el consumo total se contrajo alrededor de un 20%. Este año la caída ya alcanza un 30%, elevando el acumulado desde el inicio del nuevo gobierno a un alarmante 40%.
Los supermercados y mayoristas no son inmunes a la crisis. Sufrieron una caída del 6,4% en sus ventas de junio.
Si bien los datos del INDEC de mayo mostraron un aumento interanual del 6,1% en los supermercados, esta cifra contrasta con la caída mensual del 1,2% y la contracción del 4,9% en las ventas minoristas generales.
La crisis de consumo no se limita a los alimentos. La caída de ventas también se extiende a rubros como la indumentaria y los electrodomésticos, reflejando que los consumidores están recortando gastos en todos los frentes.
El principal factor detrás de esta dinámica es la brecha entre la inflación y los salarios, que no logran seguirle el ritmo. Como resultado, los consumidores se ven obligados a dejar de comprar o a reducir drásticamente la cantidad de productos que adquieren.
En este contexto, miles de argentinos optaron por comprar en otros países (Bolivia, Paraguay y Chile) donde los productos resultan más económicos, una estrategia que se ha vuelto una necesidad para poder llegar a fin de mes.
Para los comerciantes, este escenario es sumamente complejo. Con la demanda en caída, la primera medida para mitigar el impacto es reducir costos, lo que en muchos casos se traduce en achicar la planta de empleados.
Este ciclo vicioso de menor consumo, menos ventas y menor empleo genera una espiral descendente de difícil solución.