La salud mental de los adolescentes en Jujuy enfrenta un deterioro alarmante. El aumento sostenido de casos de depresión, ansiedad, autolesiones e intentos de suicidio refleja una realidad silenciada durante años por la falta de recursos, la escasez de atención especializada y una cultura que aún estigmatiza el sufrimiento emocional.
Las escuelas carecen de gabinetes psicológicos suficientes, los hospitales no cuentan con profesionales todos los días, y en las comunidades más alejadas los jóvenes deben ser trasladados a otras ciudades para recibir asistencia. Mientras tanto, el malestar crece, sin redes de contención cercanas ni espacios donde los adolescentes puedan expresarse con libertad y sin prejuicios.
El problema no es solo sanitario, sino también social y cultural. Muchos adultos minimizan los síntomas o apelan a frases que invalidan el dolor juvenil. Sin embargo, distintos actores comunitarios –docentes, profesionales, organizaciones barriales– trabajan para revertir esta situación, aunque sin el respaldo estructural del Estado.
El fortalecimiento de políticas públicas, la descentralización de dispositivos y campañas de concientización masiva podrían marcar un antes y un después en la salud mental juvenil. Porque el derecho a ser escuchado no debería depender de la suerte o del lugar en que uno nace.